A Ammbar nos parece un artículo muy interesante y real, en sí es cruel pero más cruel es la sociedad que nos aplasta. En él, sin decirlo, se define el estigma social que nos acompaña en todos los niveles de la salud mental.
Lo hemos recibido a través de nuestro amigo Fernando Reyes Crespo, publicado por Joaquín Roberto Jiménez Carrillo
Publicamos el texto entero. No nos importa dar reseña de otra asociación ni de su número de teléfono, lo importante es cooperar. ¡Juntos seremos más fuertes!

La enfermedad de la adicción

Para empezar este artículo voy a haceros una pregunta que debéis responder con absoluta sinceridad, ¿cuántos de vosotros considera la adicción como una simple enfermedad? El tema no es baladí, yo me intereso por bastantes causas y cosas de interés social y estoy absolutamente implicado en algunos frentes, pero por encima de todos está mi interés por las personas que por un motivo u otro están en eso que hemos dado en llamar “riesgo de exclusión social”, término acertado sólo hasta cierto punto, ya que mi experiencia me ha demostrado que cualquier persona y por cualquier motivo, un mal día se puede ver inmerso en una serie de acontecimientos en que la sociedad, por el motivo que sea, que por cierto puede ser variadísimo, pintoresco y hasta absurdo, te excluya sin más… Es éste un hecho que muchas personas no se paran a reflexionar lo suficiente como para observar que esto es absolutamente cierto.
En este momento lo que os voy a comentar es algo sobre esa gente que por nacer en el lugar inadecuado o por contraer una enfermedad que es, por otra parte, absolutamente democrática, adquieren ese martirio de proceder enfermizo llamado adicción. Y hablo de adicción a lo que sea, es decir, puedo estar hablando de cualquiera de nosotros, pero nos vamos a centrar en las personas que adquieren la tan temida enfermedad de la adicción a drogas y alcohol, es decir, a sustancias que alteren su mente y su comportamiento. Y esto por muchos motivos, pero el principal es porque la adicción a las drogas y al alcohol convierte la vida del que la padece y de los seres más cercanos en un verdadero caos.
Sería conveniente, creo, que para empezar desde un punto sólido nos apoyásemos en la definición que la Organización Mundial de la Salud hace de ella: “La adicción es una enfermedad crónica y progresiva, con tendencia a la recaída a la que si no se le pone remedio termina en la cárceles, hospitales y en la muerte. ¡Duro eh!, ¡duro de cojones!, pero más duro es aún su desarrollo. Hagamos una comparativa de esta enfermedad con otra de carácter mortal, por ejemplo el cáncer. Observemos como se desarrolla una y otra y, sobre todo, qué respuesta social tiene cada una de ella… Imaginémonos por un momento que una chaval, cualquier chaval de diecisiete años, pongamos por ejemplo, contrae un cáncer. Éste contará desde un principio con toda la ayuda y la compasión de todos sus familiares, amigos, conocidos y profesionales, vaya lo normal, teniendo en cuenta el carácter empático que caracteriza al ser humano; pensaremos, ¡qué mala suerte, qué putada!, y estaremos dispuestos a acompañar a ese amigo, a ese familiar en la medida de lo posible, intentando insuflarle ánimo y esperanza. Hasta aquí todo normal. Ahora imaginemos a un adolescente que en la época natural de su propio crecimiento, es decir, cuando el joven se enfrenta al mundo tal como lo ha recibido, lo cuestiona y decide averiguar y experimentar para poder acceder a su propia visión de la vida, no a la que le ha venido dada, y busca un lugar tanto dentro de sí mismo como en el grupo social al que pertenece, a su peña, a su pandilla, entra en contacto con el coqueteo con las primeras litronas pandilleras y un poco más tarde con otras sustancias, ya sea hachís, marihuana, dma, tripis, anfetas, cocaína, revuelto (coca-heroína), etc.…, y siente el placer del excitante y apasionante mundo recién encontrado y con el que resuelve desde pequeños problemas de timidez hasta problemas graves provenientes de familias disfuncionales o un millón de posibilidades más y concluye reafirmando una personalidad que todavía se encuentra sólo pespunteada, sin terminar de formar, de hacer. Es entonces cuando estamos ya a las puertas del infierno más exterminador que podamos imaginar. Sin embargo lo vamos a acusar de débil, de vicioso, de perdido, pero casi nunca de enfermo. Pues bien, tal como decía la definición de la OMS, si no se le pone remedio, y quiero hacer constar que esto se producirá si el individuo en sí, tiene información adecuada y decide creérsela y poner en práctica eso que podemos llamar remedio, es decir, y recurriendo de nuevo a la definición de la OMS, sólo podrá pararla, detenerla. Lo que queda de ahí en adelante es un camino de devastadora autodestrucción en vivo y en directo ante la atónita mirada de sus amigos, seres queridos y demás conocidos o desconocidos de la sociedad. Hará sufrir y sufrirá como un verdadero condenado hasta el punto de detestarse, de quererse morir, que a fin de cuentas es lo que está haciendo, pero lentamente. De manera que cuando llegue el amargo final todos, familiares, amigos y demás se encontrarán con sentimientos complejos, contradictorios y reales como la vida misma. Por algún lugar en el sepelio oiremos la tremenda y sincera exclamación expresando aquello de “bueno, ¡menos mal, ya acabó todo por su bien y, sobre todo por el de sus familiares!”. Juro por mi vida que así es. Y la única diferencia entre estas dos enfermedades mortales es que tienen desarrollos diferentes. Y para terminar un halo de esperanza para los enfermos de la adicción a las drogas, este problema tiene remedio, tiene solución, es más, la única condición “sine qua non”, necesaria, es el deseo de curarse. Si queréis saber más sobre la enfermedad y su solución, poneos en contacto conmigo a través de esta pagina o llamando al teléfono de la Asociación Caminar 951 404 657, enfermos adictos y enfermos que forman parte de su entorno. ¿Y por qué?, porque este artículo lo ha escrito un enfermo adicto que se recupera satisfactoriamente con la ayuda necesaria.

Joaquín Jiménez